Hola chicuelas y chicuelos, el gran Gilipollas Oriental llega a su fin. Con esta última entrada, acaba la primera colaboración externa en el universo del Gilipollas Mundano.

Deciros que el GPM pese a su alargado silencio, se encuentra bien, come todos los días, y se pone una rebequita por las mañanas, que ya va refrescando. Y lo que es peor, amenaza con una nueva entrada californiana que ya le va rondando por la cabeza. Ahora solo falta que se aburra y un poco, y le dé por darle a la tecla.

Bueno, a lo que iba que me voy por los cerros de Bakersfield, a continuación y con todos vosotros, la gloriosa despedida y cierre del Gilipollas Oriental. Que aproveche…

Economía

La economía está basada en la agricultura: por una parte está la recogida y comercialización de los productos del campo. Por otra, están los talleres de reparación de maquinaria agrícola, de motocicletas y bicicletas. En la carretera también se ven numerosos camiones cargados con productos de siderurgia pesada. Vamos, que aquí hay dinero.

Sorprende también la relativa poca cantidad de mendigos que hay por las calles. Y es que aquí (como ya observé en Madagascar), la solidaridad ni está ni se la espera. Todo, absolutamente todo el mundo tiene alguna manera de ganarse un cuenco de arroz o una panocha con el que pasar el día. Y si no lo tienes, el amigo Darwin aparece de manera implacable para explicarte de qué va esto de la vida y la muerte.

Educación

El sistema educativo es bueno. Al menos, se ven numerosos autobuses escolares que recogen a los niños de buena mañana (sí, ahora en agosto) y los dejan por la tarde. Los nanos van uniformados. Sorprende ver unos trajes muy limpios sobre unas chanclas tan sucias, (eso cuando llevan chanclas, que a veces ni eso, recordemos que no es porque sean pobres, es porque no les da la gana ponérselas, porque prefieren sentir el limo entre los dedos de los pies).

Hombres y mujeres

En cuanto a los hombres, podríamos dividirlos en dos grupos: los pasotas y los flipaos.

El semblante de los hombres hindúes es de un pasotismo total. Tienen cara de “y a mí qué me cuentas”. Si hace calor, se quedan a la fresca; si llueve, la dejan caer; si tienen trabajo, hacen como que trabajan; si no, algún familiar proveerá un cuenco de arroz con pebreras. En los pueblos el día pasa tranquilamente, con cientos de hombres apostados en la calle principal, viendo coches pasar, sentados, de pie o caminando hacia algún lugar, para, una vez llegados allí, seguir sin hacer nada.

Ahora entiendo que la independencia del pueblo Indio fue llevada a cabo por Gandhi sin violencia, es decir, con tranquilidad, parsimonia, lentitud…, vamos, sin hacer nada. Si Gandhi les hubiera dicho “¡¡Hermanos, cojamos nuestras horcas y echemos al inglés opresor!!” aún seguirían siendo colonia, poca sangre que tienen.

Por otra parte están los flipaos. Tíos que van con su moto de 125 cc a todas partes, sólo por lucirla, con sus gafas de sol, su barba de 3 días, emulando a su actor de Bollywood preferido, vamos, la tontuna personificada.

Las mujeres, sin embargo, tienen una cara muy distinta. Los ceños más fruncidos, la cara más seria, con una mezcla de rabia, cansancio y odio. Cara de puteada, de estreñida. La misma cara que se me quedó a mí a la llegada a este sitio, pero de manera constante.

Si bien los hombres van vestido casi todos con ropajes occidentales (alguno va con turbantes y con faldas), el traje oficial de la mujer es, o bien la chilaba + pañuelo-antifaz, o bien el sari. Resulta sorprendente que el diseño del sari, que debería ensalzar la feminidad de la mujer (una mujer vestida únicamente con una sábana alrededor del cuerpo y un top deportivo debería resultar de lo más sensual), está pensado para despojarla de toda curva posible, para no hacer que se levanten pasiones.

Al respecto quiero decir que aquí no hay policía moral. Las mujeres se tapan la cara porque les da la gana, por tradición, por cultura o por orgullo a pertenecer a un grupo social. Aquí no hay heteropatriarcado opresor, o religión que cuente. Para ilustrar lo que digo propongo una conversación ficticia que una mora puede estar teniendo tener con una hindú en estos mismos momentos:

Mora: “Oye, Pepi, mi cuñada ha hecho un viaje a Europa y ha venido espeluznada, ¿sabes por qué?”

Hindú: “Cuenta, cuenta”.

M: “Me ha contado que los hombres europeos son unos salvajes, que obligan a sus mujeres a llevar sujetadores durante todo el día, hasta dejar marcas en la piel. También obligan a las mujeres a arrancarse los pelos de las piernas”.

H: “¡Qué salvajes que son los cristianos. Empezaron torturando a su propio dios y todavía no han parado! Pero ¿por qué se dejan hacer eso las mujeres?”

M: “Es que no tienen otra. Si no lo hacen, los hombres se divorcian de ellas”.

H: “¿Divorcio? ¿qué es eso?”

M: “Es como cuando te repudian. Se están divorciando continuamente, en cuanto una mujer deja de ser guapa, la dejan tirada”

H: “¡Pobrecitas! Qué suerte tenemos nosotras, con nuestros velos nadie se fija en nosotras. Además, cuando nuestros maridos nos compran, lo hacen para toda la vida. ¿Pero qué hacen entonces las mujeres repudiadas?

M: “Tienen que ponerse a trabajar”

H: “¡Trabajar, qué horror! ¡Por Shiva! Afortunadamente a nosotras no nos pasará eso. No veas lo monísimas que estamos alimentándonos con un cuenco de arroz al día, ni un gramo de grasa tenemos.”

M: “Pues sí. Y precisamente el problema viene de la alimentación. ¿Sabes qué comen los europeos? ¡Cerdo!”

H: “Puaj, ¿ese animal tan guarro lleno de garrapatas que se come lo que encuentra en el estiércol, en la basura? ¿Se comen la carne del cerdo?”

M: “No, peor. Degüellan a los cerdos y…”

H: “¡Se beben la sangre!”

M: “Peor aún. Desvientran al animal, meten la sangre en las tripas y se comen las tripas con la sangre coagulada”

H: “Qué bárbaros, qué incivilizados”

¿Se me entiende, verdad? Es fácil ver las barbaridades de los demás, pero nuestros propios yugos nos resultan invisibles a la vista y sorprendentemente ligeros. Algo bueno de haber viajado a la India es que entiendes mejor a ciertas culturas, las comprendes… y tienes más razones para quererlas lo más lejos de la puerta de tu casa.

Pero lo que más llama la atención es la segregación que existe entre sexos. Los hombres se relacionan únicamente con otros hombres. Las mujeres, con mujeres. Los dos grupos no se dirigen la palabra, como si de una especie distinta se tratase, como las vacas y los burros, como si no hubiese nada que decir a ese otro ser tan extraño con brazos y piernas. Las únicas relaciones hombre – mujer se realizan en el seno de las familias, entre marido y mujer, o entre hermanos. Es frecuente que los hombres realicen la compra, para controlar las finanzas, y porque los puestos comerciales suelen estar regentados por hombres.

Resulta especialmente llamativo cómo en sitios públicos, como paradas de autobús o mercados, los hombres se agrupen entre sí, así como las mujeres. A la entrada de los colegios e institutos, los adolescentes van por un lado, y ellas por otro. No hay el más mínimo gesto de acercamiento, de coqueteo, de intento de ligue. El hombre es un ser bruto que antes o después tendrás que cuidar, pero que te mantiene. La mujer es ese ser extraño que antes o después tendrás que mantener, pero que cuidará de tus hijos. Muy triste la vida del Hindú.

La consecuencia de tan gran separación de sexos es que los hombres se relacionan casi exclusivamente con los hombres, y las mujeres con las mujeres, y como el roce hace el cariño, y van tan apretaditos en las motos, pues pasan cosas muy raras. Aquí, entre la amistad y el puro mariconeo hay una franja gris muy amplia, donde los hindús se sienten muy cómodos. Podríamos llamar a esta actitud “para qué voy a estar con una mujer, con lo a gusto que estoy con mi amiguito”.

Al principio no te das ni cuenta. Luego te cuentan cosas. Que si a uno le tocaron el culo en un ascensor lleno de hombres, que si los chóferes están enamorados de cada uno de los europeos que llevan al trabajo, … “Eso son habladurías de obra, batallitas de la mili más falsas que Judas”, piensas.

Después empiezas a estar alerta y ves sutiles comportamientos: que si cuando un hombre llama a otro para decirle algo en privado no le coge del hombro, sino de la mano, y se lo lleva detrás de un seto; que si el vigilante de la obra se pinta las uñas de color de rosa, que los tíos se hacen selfies delante de sus motos en poses vergonzosas; que las paredes de hormigón de los aeros aparecen llenas de pintadas con corazones de tiza, que cuando les enseñas un video porno de esos que nos enviamos los tíos por guasa (1) salen huyendo, gritando “¡¡¡¡¡AAAAAHHHHGG, UNA VAGINA, QUÉ ASCO!!!!!”… en esos momentos tu sentido arácnido se activa y comienzas a sentir una perturbación en la Fuerza.

(Nota 1: A excepción, por supuesto, de los compañeros y maridos de las lectoras de este relato. Tranquilas, que vuestros hombres son los únicos españoles que no consumen porno).

Que sí, que las llevaba pintadas de rosa.

Hasta el día en que confirmas por ti mismo que estos son más maricones que el Titi. Tengo pruebas de ello. Transcribo literalmente el mensaje que me envió el encargado de producción de obra civil, el hindú con el que tenía más relación, un domingo a las 8 de la mañana, por el guasa:

¿A qué santo me envía esto un tío con el que dos de cada tres veces que hablo con él es para echarle la bronca? En cuanto leí el mensaje todos los esfínteres de mi cuerpo se pretensaron automáticamente hasta su límite elástico, en un movimiento espontáneo de supervivencia.

La culpa, en el fondo, era mía: mi exótico acento de un país lejano, mis pies inmaculados, libres de toda corrupción, mi piel de porcelana, mis ojos de color verdemar… La tentación fue demasiado para él y tuvo que soltar sus sentimientos. Afortunadamente, la no contestación al mensaje, el frío “good morning” con que le saludé el lunes siguiente, y el andar a partir de entonces con la espalda pegada a la pared más próxima, fueron suficientes como para hacerle entender que a mi m’agraden més les clòtxines que els caragols, les figues que les faves.

Resumiendo, sólo encuentro tres motivos para que la gente quiera voluntariamente llegar hasta aquí:

1.- Que Mariloli quiera dar envidia a Maripili en clase de Pilates o de Yoga, contando que acaba de hacer un viaje a la India y ha aprovechado para limpiarse el aura, conectarse los chacras y reencontrarse con lo trascendente en un viaje astral de purificación; y Maripili diga “pues yo no voy a ser menos, pa’ la India que me voy”. Lo que Mariloli no cuenta es que ha estado en un resort en Goa, que no ha salido de allí, y que como se le ocurra pisar la India de verdad se le cae el aura al suelo, y se le quedan los chacras tan guarros que ni con sosa los recupera.

2.- Que te guste hacer turismo oenegeta, acallar conciencias y hacer como que ayudas a los demás cuando lo que quieres es pegarte un viaje exótico y presumir de fotos, como a los cuatro cooperantes que la palmaron hace poco cerca de aquí en un accidente de tráfico de autobús contra camión. Esta gente no necesita dinero. Dinero aquí hay. Lo que necesita es un par de pescozones de esos de abuela para que recojan toda la mierda que andan tirando, y un sistema de alcantarillado eficaz.

3.- Que te guste aplicarte el refrán aquél de “A quien le gusta el pescado y la carne, nunca pasa hambre”. Ya me entendéis, ¿no?

En cualquiera de los casos si queréis venir, ale, ya estáis tardando. Yo ya os he avisado.

Despedida y cierre

En muchos momentos mi estancia aquí la he comparado con aquélla semana que pasé en Madagascar, en un poblado malgache conviviendo con negros y chinos. Los chinos, que tan guarros me parecieron entonces, son ejemplo de buenas maneras comparados con los indios. Los malgaches, si bien eran un pueblo mucho más pobre (nada de mecanización de la agricultura, ni escuelas, ni sanidad), se les veía en la cara un rasgo de felicidad, de tranquilidad que no tienen estos. Tampoco tenían agua corriente o sistema sanitario, pero se lavaban en el río, y jamás vi a ninguno cagando cerca del pueblo. Las mujeres el día del mercado se arreglaban y se ponían vestidos bonitos. Nada de esto es siquiera pensable en un sitio como el que he estado.

Nos vemos pronto en casa.

P.D.: Esta frase de Blade Runner siempre me ha encantado, y pega como anillo al dedo como despedida final:

“Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Mierda acumulada hasta más allá de Orión. He visto gente cagando cerca de las puertas de Tannhäuser. He comido cosas que harían vomitar a una cabra.

Todos esos momentos me atormentarán, como esputos en la lluvia.

Es hora de volver”.